Pablo Alborán se sincera sobre el problema de salud que le llevó a parar su carrera: «Veía lobos en mi jardín»
Hace tan solo unos meses, Pablo Alborán sorprendía a todos con su regreso a los escenarios, presentando nuevos temas como ‘Vámonos de aquí’ y dejándose ver en conciertos gratuitos en plena plaza de Callao. Además, ha dado el salto a la interpretación en la segunda temporada de ‘Respira’, donde se mete en la piel de un cirujano del Sorolla. Pero lo que pocos imaginaban es que, hace poco más de un año, el cantante malagueño vivió uno de los momentos más duros de su vida.
El inesperado detonante: el humo del lavavajillas
Durante su conversación con Vicky Martín Berrocal en @podiumpodcast, Pablo ha compartido con total honestidad el instante en el que su cuerpo le obligó a frenar. Todo comenzó con una situación cotidiana: fue a poner el lavavajillas y, al abrirlo, el vapor le golpeó la cara. Ese gesto, tan normal, se convirtió en el detonante. «Me dio un sofoco de calor, absurdo, que fue el detonante para que mi cuerpo dijera: oye, tú no estás bien», confesaba el artista. De repente, sufrió un ataque de ansiedad inesperado, uno de esos momentos que marcan un antes y un después.
La experiencia fue tan intensa que, según relata, llegó a tener alucinaciones: «Me estaba poniendo tan malo, que llegué a ver lobos en el jardín». Esta confesión, más allá de la anécdota, revela hasta qué punto puede afectar la presión y el estrés acumulado a cualquier persona, por muy acostumbrada que esté a los focos.
Decisión difícil: desaparecer para sanar
El propio Pablo lo resume con sinceridad: «Decidí desaparecer». Sin pensarlo demasiado, se apartó de la vida pública, de la música y de todo aquello que le estaba generando malestar. Dos años de parón absoluto. «Necesitaba priorizarme y cuidar mi salud mental», reconocía. Su testimonio resuena especialmente en una industria que, cada vez más, ve cómo sus artistas reclaman la necesidad de parar, de desconectar y de reencontrarse consigo mismos. No es el único: otras figuras como Lola Índigo han optado por hacer una pausa tras largas giras y obligaciones continuas.
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La presión de la música: una competencia sin fin
En la entrevista, Pablo Alborán también ha puesto el foco en la presión constante de la industria musical. «El tener que competir es algo que no puedo soportar», aseguraba. «Puede amargarme un día entero o una semana, y eso no forma parte de por qué me dedico a esto», añadía. Por suerte, cuenta con un equipo que le respalda y le permite ser fiel a sí mismo: «Puedo hacer lo que quiera, porque son mis discos».
Esta sinceridad ha generado una ola de empatía entre sus seguidores y otros músicos, que se ven reflejados en esa sensación de estar siempre en una carrera contrarreloj. El ritmo frenético, la exposición constante y la autoexigencia pueden pasar factura, incluso a quienes parecen tenerlo todo bajo control.
La familia, un refugio imprescindible
Otro de los pilares fundamentales en este proceso de recuperación ha sido su familia. En la misma charla, Pablo ha mencionado la difícil situación que ha vivido una persona muy cercana: un familiar que ha pasado por quimioterapia, inmunosupresión y un trasplante de médula. Este episodio, aunque doloroso, ha servido para unir todavía más a los suyos. «Ver la enfermedad tan de cerca nos ha hecho retomar nuestros trabajos de una forma mucho más consciente y pura», explicaba el cantante.
El regreso: más fuerte y auténtico
Tras este periodo de parón y reflexión, Pablo Alborán vuelve con una perspectiva renovada. Sus nuevos proyectos musicales y su debut como actor muestran a un artista que ha aprendido a escuchar a su cuerpo y a poner límites cuando es necesario. Ahora, afronta los retos de una forma diferente, valorando cada momento y sin dejarse arrastrar por la presión externa.
La historia de Pablo no solo despierta admiración, también invita a la reflexión. ¿Hasta dónde merece la pena llegar si no somos capaces de cuidarnos? Su testimonio ayuda a poner sobre la mesa la importancia de escuchar nuestras emociones y buscar ayuda cuando el cuerpo y la mente lo piden. Porque, a veces, el mayor acto de valentía es parar y volver a empezar desde el principio.